Palabras raras raras raras

Te presento una selección de palabras que me gustan porque son como yo: más bien raras.

Antuviar

Antuviar es una palabra antigua. El Diccionario de la lengua española le atribuye dos acepciones:

  1. Adelantar, anticipar.
  2. Dar de repente, o antes que otro, un golpe.

La forma de entender las palabras consiste en verlas en acción, o sea, observar ejemplos de uso. Te he seleccionado uno de la Historia de Santa Marta y Nuevo Reino de Granada, que publicó fray Pedro de Aguado a finales del siglo XVI:

(1) Pero esta paz que de parte de los naturales hubo les causó entre sí a los españoles guerra porque sobre bien leve ocasión Antonio de Portillo y Alonso Vázquez hubieron pesadas palabras, de donde resultó que antuviándose Vázquez dio a Portillo una puñalada por el estómago de que murió dende a pocos días, después de haber confesado y comulgado.

Formulario suscripción (#5)

Suscríbete
gratis

Suscríbete al boletín semanal del Blog de Lengua para escribir mejor. Recibirás materiales útiles sin ningún coste. Además, te llevas gratis un magnífico manual de acentuación en PDF.

Este verbo está formado con el prefijo ante- y el verbo uviar. Este último, a su vez, procede del latín obviare, que significaba ‘salir al encuentro’. Es decir, quien se antuviaba era quien salía al encuentro de nuestro intento y se nos adelantaba en él.

El verbo antuviar es rarito, pero no está solo en el mundo. Tiene su pequeña familia. Pertenecen a ella estas hermosas palabras:

  • antuviada
  • antuviado, antuviada
  • antuvio
  • antuvión
  • antuviador

Una antuviada es un golpe que se da de sopetón. El adjetivo antuviado o antuviada se le aplica a quien se anticipa, a quien es precoz. Un antuvio es una acción anticipada o precipitada. Antuvión era también un golpe repentino, pero se usaba sobre todo en la expresión de antuvión, que significaba ‘de repente, inesperadamente’. De la idea de un golpe que recibimos de repente, se pasa a la de las cosas que se nos vienen encima de manera inesperada. Por último, antuviador (o antuviadora) era quien tenía la costumbre o la capacidad de antuviarse, de adelantarse a los demás y arrear primero.

Son palabras de otra época. El mundo ha cambiado y por eso ya no es lugar para ellas. Se han refugiado en el diccionario, pero a mí me gusta sacarlas a pasear de vez en cuando para que se oreen y para que disfrutemos todos un poco con ellas.

Además, siempre vienen bien para hacerse el interesante. Haz la prueba. En la primera conversación que tengas con un amigo, tú prueba a soltar un antuviarse o un antuviador como quien no quiere la cosa. Después vienes aquí y nos cuentas cómo reacciona.

Inconsútil

Inconsútil es una de mis palabras favoritas. Este adjetivo significa ‘sin costuras’. No tiene nada que ver con sutil, sino que procede del latín inconsutilis. Ahí puedes reconocer la misma raíz que en sutura. Una sutura es una costura. Se he especializado como término médico, por ejemplo: “Le dieron cinco puntos de sutura”. Además, inconsútil incluye el elemento -con-, que significa ‘uno con otro’. Por su parte, el prefijo in- posee valor negativo.

Algo inconsútil es lo que no está cosido con otra cosa. Se refiere a objetos sin costuras. Como de costumbre, te he seleccionado un ejemplo de uso para que observes a este adjetivo en su salsa. Es de Augusto Roa Bastos, uno de los principales escritores de Paraguay y de toda Latinoamérica, ¡ah!, y ganador del prestigiosísimo Premio Cervantes. La frase pertenece a su novela Vigilia del almirante:

(2) Las venas azules seguían latiendo bajo una blanquísima membrana inconsútil que enfundaba todo su cuerpo.

Como ves, el adjetivo se aplica a una membrana en la que no se aprecian costuras ni zonas de unión. Es una película de una sola pieza que recubre todo el cuerpo.

Antes he avisado de que esta palabra no tiene nada que ver con sutil. La advertencia es necesaria porque la irresistible atracción de lo semiculto está ahí. Hay quien se cree que inconsútil es una forma más importante de decir sutil. La confusión se ve favorecida por el hecho de que inconsútil es una palabra culta y, por eso mismo, poco usada. Claro, lo culto no es lo más extendido en nuestros días. Eso es así. Nos puede gustar o nos puede gustar menos, pero yo creo que casi todos estaremos de acuerdo en el diagnóstico.

Eso sí, este adjetivo se ha hecho un hueco en el vocabulario del cristianismo. Se utiliza para hablar de la túnica de Jesucristo, que, por lo que tengo entendido, era de una sola pieza. Yo no soy experto en la materia (doctores tiene la Iglesia), pero creo que es así. ¿Te apetece ver un ejemplo de uso? ¡Venga! Ya que nos ponemos… Lo extraigo de un libro que se titula Imagen del espíritu de Jesús. Su autor es Salvador Vergés:

(3) Para ilustrar la unidad de la comunidad cristiana, centrada en la unidad del amor del Espíritu Santo, recurre también al símbolo de la túnica inconsútil de Jesucristo. “Allí estaba la túnica”, dice el evangelista, “tejida de arriba abajo sin costura”.

En resumen, inconsútil significa ‘sin costuras’ (y solamente ‘sin costuras’). No es una forma superferolítica de decir sutil. Luego hablaré de este superferolítico. De momento, ten paciencia conmigo. Antes toca adentrarse en el fascinante mundo de los putonios.

YouTube video

Putonio

¡Atención! Un putonio no es lo que estás pensando. Putonio es un término propio de la enología, o sea, de la noble y provechosa disciplina que estudia el vino.

Esta palabra que suena tan mal en español procede de la lengua húngara. Yo me imagino que a los húngaros les sonará estupendamente. No sé. Mi húngaro es pobre (por decir algo).

El putonio es la unidad que mide el azúcar que contiene el famoso tokái, que es el vino que se produce en la región húngara de Tokaj y en una pequeña zona limítrofe de Eslovaquia. Yo no he estado en la región húngara, pero sí en la parte eslovaca, una vez que fui a Eslovaquia a un congreso de hispanística. Nos llevaron a visitar unas bodegas para que degustáramos este vino dulce, que es el orgullo de la zona. Salimos de allí con una copitas en el cuerpo y unas botellitas para llevar a casa.

No es una palabra que empleemos a diario en español, pero no faltan ejemplos de uso. Vamos a ver uno antes de meternos en harina (o, más bien, en uva). Lo tomo de un artículo de Vicente Molina Foix en el diario El País de España (“Cinco ministros”). Además, me gusta el ejemplo porque explica el concepto a las mil maravillas:

(4) El delicioso tokái, un vino húngaro que va estupendamente con los foies y los postres, tiene una curiosa unidad de medida de calidad, en función de la madurez y dulzura de sus uvas: los putonios. Un tokái de tres putonios es quizá el más equilibrado, y el de seis, el más caro, resulta para muchos empalagoso.

El tokái tiene la peculiaridad de que se elabora con uvas podridas. ¡Sí, pero no cualquier uva! Solamente sirven las que han sido atacadas por el hongo Botrytis cinerea. Este produce la famosa (¡y valiosa!) podredumbre noble. Es una infección que deja las uvas como pasas, pero sin que estén secas. Por eso se pueden aprovechar para vino.

Lo que hace especial al vino de tokái es precisamente la mezcla de uvas normales con uvas podridas o botritizadas. Estas últimas son escasas y, por ello, carísimas. Cuanta más proporción de uva botritizada contenga el producto final, mayor calidad tendrá, más dulce será y más tendremos que rascarnos el bolsillo para comprar una botellita, porque ya te advierto que el tokái es caro, por lo menos, el bueno.

Pues bien, un putonio es la medida de uvas pochas que se le añade al mosto antes de fermentar. Puttony significa en húngaro ‘cesto’. Son las cestas que se utilizan en la vendimia y que contienen 25 kilos de uva. Normalmente son de madera y se acarrean a la espalda. En España se utilizan espuertas. Yo lo sé porque he vendimiado en Villatobas, provincia de Toledo, en mis años mozos para sacarme unas pesetillas. ¡Pero volvamos a Hungría!

Un tokái de tres putonios es el más modesto. Contiene tres cestos de uva botritizada por cada barril, o sea, 75 kilos de uvas atacadas por el hongo. En el otro extremo, el tokái de seis putonios (el de máxima calidad), se elabora con seis medidas de uva botritizada o, lo que es lo mismo, 150 kilos.

Hemos dicho que puttony significa ‘cesto’ en húngaro, pero el término en sí no es tampoco un invento húngaro. Los magiares se lo tomaron prestado a sus vecinos austriacos. Procede del alemán austriaco Butte, variante de Bütte, que es ‘cuba’ o ‘tina’. Esta palabra, a su vez, es un préstamo del latín butina, que significaba ‘botella, recipiente’. Y en última instancia deriva del griego bytíne.

En español tenemos algunas palabras que son de la familia de este butina romano: botella, bota (la de empinar el codo) y botijo. O sea, que al final el putonio húngaro ha resultado ser un pariente lejano ¡y más refinado! de la bota de vino de toda la vida y hasta de los botijos de los pueblos.

En Villatobas, en la vendimia, nunca faltaba una bota de vino y un buen botijo. Para comer nos guisaban patatas con carne y el domingo, paella. ¡Pero ya me estoy yendo otra vez por las ramas! Vamos a continuar con lo nuestro, que tenemos mucho trabajo por delante.

Sinistrórsum

Sinistrórsum es una curiosa palabra. Significa ‘en sentido contrario al de las agujas del reloj’. Es un término latino formado sobre las raíces sinister (‘izquierda’) y versus (‘girado’).

La simpar María Moliner lo registra en su Diccionario de uso del español con la forma latina: sinistrórsum. En cambio, el Diccionario de la lengua española únicamente recoge la variante castellanizada sinistrorso.

Puede funcionar como adjetivo. Por ejemplo, una hélice sinistrórsum o hélice sinistrorsa es la que gira a izquierdas. También podemos emplearlo como adverbio:

(5) El camarero fue tomando nota sinistrórsum.

Esto quiere decir que fue anotando los pedidos en sentido inverso al de las agujas del reloj. Yo a veces hablo así y mis amigos me miran raro, pero me lo perdonan porque son mis amigos y me quieren así, tal como soy. ¡Tiene mucho mérito lo de mis amigos!

Existe también dextrórsum. Ya lo has adivinado: es lo mismo que sinistrórsum, pero al revés. Sinistrórsum es ‘a izquierdas’ y dextrórsum ‘a derechas’.

Haz como yo: cuando menos se lo esperen, desliza la palabreja sinistrórsum en alguna conversación con tus amigos. Ahí vas a descubrir si son amigos o qué son… Esa es la prueba de la verdad.

Superferolítico

Antes he mencionado el curiosísimo adjetivo superferolítico. Yo le tengo cariño porque se puso de moda en España allá por mi juventud. Ya llevo tiempo sin oírlo. Eso te da una pista sobre mi edad, que ya no es tan joven.

El Diccionario de la lengua española lo recoge como adjetivo festivo y coloquial. Solamente por eso, merece la pena detenerse en él. Se utiliza para referirse a personas o cosas que se pasan de finas, que resultan excesivamente delicadas (hasta llegar a la afectación).

Aporta un matiz peyorativo-burlesco: es una manera de pitorrearse un poco de quienes se pasan de finos (o fisnos, que diríamos en estos casos). Ilustraremos su uso con un ejemplo del literato español Gonzalo Torrente Ballester, de su obra Torre del aire:

(6) Mudando lo mudable, su tesis puede aplicarse, y de hecho la vamos aplicando a la vida nacional, en la que lo grosero se codea con lo superferolítico, cuando no se amalgaman en unidades de difícil discernimiento.

Torre del aire es una recopilación de artículos que don Gonzalo fue publicando en la prensa a lo largo de los años. En este ejemplo critica algo que él ve como un rasgo típico de la vida social española: la gente tiende a comportarse de manera un tanto tosca al mismo tiempo que tratan de dárselas de finos. Nótese el elemento hiriente, sarcástico, que introduce el adjetivo en cuestión.

Joan Corominas explica en su Diccionario crítico-etimológico castellano e hispánico que los primeros ejemplos de superferolítico se documentan en la Cuba de principios del siglo XX. Desde allí se va extendiendo a otros países. El adjetivo procede de firuletes, que son adornos superfluos y de mal gusto. A su vez, este sustantivo se forma sobre floretes.

Etimológicamente, los firuletes son flores, adornos, filigranas que introducimos en el habla, en el vestir, en el comportamiento, etc. Pretenden ser refinados y elegantes, pero consiguen todo lo contrario. Lo ejemplifica a la perfección el autor argentino Alejandro Dolina en Crónicas del Ángel Gris:

(7) Los músicos que pactan con el diablo alcanzan siempre una dimensión genial. No ocurría así con Anselmo Graciani. Su exigencia ante Lucifer fue poder tocar como deseaba y soñaba, y los anhelos musicales de Graciani eran vulgares. Cierto es que despachaba la variación de “Canaro en París” con los ojos cerrados. Pero mas allá de las compadradas acrobáticas su estilo era banal y relamido, asolado por innecesarios firuletes de cumpleaños.

El músico Graciani introduce adornos superfluos, cursis, cada vez que se pone a tocar. Estos resultan más propios de una fiesta infantil que de un escenario donde actúa un profesional.

Firuletes es una palabra de origen gallegoportugués. Corominas ve probable que la introdujeran en América los inmigrantes gallegos o portugueses. A partir de ella, se desarrolló en Cuba el adjetivo firulístico, que se aplica a esas personas que introducen eses en final de sílaba por hipercorrección. Firulístico no está recogido en el Diccionario de la lengua española, pero sí lo encontrarás en el Diccionario de americanismos con la siguiente definición:

(8) Referido a persona o cosa, que tiene apariencia de elegancia o refinamiento pero resulta ridícula.

Localizo un ejemplo de uso en una obra de la autora puertorriqueña Sofía Irene Cardona (Fuera del quicio):

(9) Mi nombre es un poco cursi. Qué hago yo con un nombre tan firulístico. Qué ridícula voy por el mundo con este nombre de niña mimada.

Estos fenómenos se dan fácilmente en variedades lingüísticas en que las eses finales se debilitan. Si tiendo a comerme las eses de palabras como estupendo, los niños, etc., corro un peligro evidente en cuanto me da por hablar fino. Voy a empezar a soltar eses por todas partes, vengan a cuento o no.

Por eso en España, coloquialmente, decimos que alguien es muy fisno cuando se quiere presentar como muy refinado, pero se delata como todo lo contrario (no sé si en otros países también se utilizará esta variante jocosa). El cómico malagueño Chiquito de la Calzada explotó como recurso humorístico esta tendencia a colar eses o erres en medio de las palabras. Era uno de los rasgos de su disparatada forma de hablar.

A partir de firulístico se desarrolló una variante más recargada todavía superfirulístico y de ahí es de donde sale nuestro actual superferolítico.

Yo he procurado explicarme con la mayor sencillez del mundo. Espero que el resultado no haya sido superferolítico, firulístico, superfirulístico ni recargado de firuletes.

Zaquizamí

Zaquizamí es una palabra desusada. Según el Diccionario de la lengua española, procede del árabe hispánico sáqf fassamí, que significaba ‘techo en el cielo’. A mí me gusta como suena y además me resulta muy poética esa etimología. Siempre he sido un sentimental.

Este sustantivo se utiliza para referirse al desván o la buhardilla de una casa, como en este ejemplo de una obra de Pedro Antonio de Alarcón que se titula De Madrid a Nápoles pasando por París (siglo XIX):

(10) El conserje abrió una de ellas, y entramos en una pequeñísima bohardilla, a cuyo techo se tocaba con la mano. Una angosta ventana de reja dejaba ver el cielo y algunas chimeneas, y daba paso a torrentes de viva luz. A pesar de que estamos en noviembre y de que hoy ha hecho un día muy fresco, en aquel zaquizamí se sentía un calor insoportable.

Por extensión, también puede ser un cuartucho incómodo y sucio. Este otro ejemplo es de Alberto Insúa:

(11) Figúrate el calzado, los sombreros, los vestidos que podrás comprarte… ¿Y el gusto de saltar de este zaquizamí indecente a un cuarto de veinte duros?

Incluso puede designar la cubierta de madera de una casa, sobre todo, si está labrada:

(12) Lo que más llamó la atención fue la habitación de Comogre, que según las memorias del tiempo era un edificio de ciento y cincuenta pasos de largo y ochenta de ancho, fundado sobre postes gruesos, cercado de un muro de piedra y, en lo alto, un zaquizamí de madera vistoso y bien labrado [Manuel José Quintana: Vidas de españoles célebres].

La palabra zaquizamí ha quedado barrida del uso general. No obstante, ha conseguido refugiarse en los usos regionales, como suele suceder en estos casos. Tengo noticia, por ejemplo, de que aún se emplea en algunas zonas de Andalucía.