Palabras homófonas son las que tienen la misma pronunciación. Algunos ejemplos de homófonos son caso ‘suceso’ y caso (del verbo casar), cojo (del verbo coger) y cojo ‘que cojea’, vaca ‘hembra del toro’ y baca ‘portaequipaje’, etc.
Como vemos arriba, los homófonos pueden tener una misma grafía (como ocurre con los dos primeros pares de ejemplos). Decimos entonces que además de ser homófonos son homógrafos. Pero también pueden presentar grafías diferentes (véase el último par).
La homofonía se puede considerar como un caso particular o un aspecto de la homonimia. Cuando las palabras en cuestión no solo suenan igual, sino que también tienen una misma escritura, nos hallamos ante homónimos totales. Si comparten la pronunciación, pero difieren en la escritura, se trata de homónimos parciales.
El cambio lingüístico puede contribuir al aumento del número de homófonos. Así, las alteraciones que con el tiempo va sufriendo la pronunciación de las palabras pueden dar pie a que unidades léxicas con etimologías diferentes converjan fonéticamente, como les ocurrió a león (animal), procedente de leonem, y León (ciudad), a partir de legionem. Fenómenos de reordenación del sistema fonético del español como el seseo, el ceceo y el yeísmo han aportado nuevos homófonos a las variedades correspondientes. Hoy, la mayoría de los hablantes pronuncian exactamente igual pozo y poso, hallamos y hayamos.
En general, el desgaste de la sustancia fónica tiende a producir homófonos. Entre las lenguas de nuestro entorno, el francés y el inglés se caracterizan por haber sufrido una evolución muy radical al respecto, con una fuerte erosión fonética de los estratos más antiguos de su léxico. Esto se percibe en la abundancia de monosílabos y bisílabos e, indirectamente, en la proliferación de homófonos (por más que la ortografía enmascare esto último hasta cierto punto). Así, por ejemplo, encontramos en estas lenguas homófonos con grafías tan alejadas como poil [pwal] ‘pelo’ y poêle [pwal] ‘sartén’ o nose [nəʊz] ‘nariz’ y knows [nəʊz] ‘(él) sabe’.
Aunque los casos centrales de homofonía son los que afectan a unidades léxicas, tampoco hay que perder de vista que esta puede extenderse a secuencias completas de palabras. Eso fue lo que me llevó un buen día, picado por la curiosidad, a pedir de postre en un bar de carretera un melocotón albino, todo para encontrarme en el plato con un vulgar melocotón… ¡al vino!
Una lengua puede digerir elevadas dosis de homofonía sin que la comunicación se vea perturbada. Es perfectamente indiferente que hola y ola se pronuncien igual, pues resulta difícil imaginar algún contexto en que se pudiera producir una confusión. Sin embargo, si se percibe que la homofonía es fuente de dificultades, se puede sustituir uno de los miembros del par con el fin de evitar posibles choques. Se suele citar como ejemplo la tendencia en algunas zonas seseantes a sustituir caza por cacería o cocer por cocinar para desactivar posibles conflictos con casa y coser, respectivamente.
Antes de concluir quiero aclarar que arriba he ejemplificado siempre con pares de palabras para no complicar demasiado la exposición, pero la relación de homofonía puede abarcar series más amplias. Por ejemplo, quien escribe este blog pronuncia exactamente igual —por ser lo normal en su variedad de español— valla ‘cercado’, vaya del verbo ir, baya ‘fruto de ciertas plantas’ y baya (como en yegua baya, de color amarillento). Pero probablemente el francés es el rey de los homófonos entre las lenguas de Europa occidental. Sirva como muestra esta serie: au ‘al’, aux ‘a los’, ô ‘oh’, os ‘huesos’, eau ‘agua’, eaux ‘aguas’, aulx ‘ajos’, haut ‘alto’ y hauts ‘altos’; o sea, nada menos que nueve grafías diferentes para pronunciar algo tan simple como [o].
En cualquier caso, si se te ocurren homófonos curiosos o tienes que algo que comentar a propósito de esta relación léxica, eres bienvenido como siempre.