Los sustantivos se dividen en dos categorías dependiendo de si se pueden combinar con numerales o no. En el primer caso, se denominan nombres contables y en el segundo, nombres incontables. Así, son perfectamente aceptables oraciones como las siguientes:
(1) Le pusieron un guisante debajo de diez colchones de lana
(2) Pues a mí me pusieron tres sandías y ni me enteré
(3) Me quedan dos euros hasta final de mes
Esto nos indica que los sustantivos guisante, colchón, sandía y euro son contables. En cambio, las siguientes oraciones no son aceptables:
(4) Le pusieron un trigo debajo de diez lanas
(5) Pues a mí me pusieron tres mantequillas
(6) Me quedan dos dineros hasta final de mes
Los sustantivos trigo, lana, mantequilla y dinero son incontables. Cuando quiero cuantificarlos de algún modo, tengo que recurrir a medios léxicos, es decir, tengo que explicar con una o varias palabras a qué porción de esa realidad me estoy refiriendo. Puedo coger un grano de trigo, cortar un vellón de lana, añadirle a un pastel dos cucharadas de mantequilla o gastar grandes sumas de dinero. Estas combinaciones tienden a convertirse en secuencias típicas y estereotipadas (lo que se conoce como colocaciones).
Los sustantivos contables se suelen denominar también discontinuos o discretos. Los incontables, por su parte, también son conocidos como sustantivos de materia o continuos. Esto se explica porque, típicamente, los primeros designan realidades que se perciben como individualidades con unos límites definidos. En cambio, los segundos se suelen asociar con realidades que se conciben como una masa en la que no se aprecian límites precisos. Por eso puedo afirmar tranquilamente que mi colchón es cuadrado, pero que me gustaría cambiarlo por un colchón redondo. Incluso, aunque eso no exista en el mundo, no me cuesta trabajo imaginarme una sandía cuadrada o un euro rectangular. El tener una forma definida y unos límites concretos es típico de los objetos a los que se refieren los sustantivos contables. En cambio, resulta como mínimo extraño pensar en lana cuadrada, mantequilla redonda, agua rectangular, etc. (a no ser, naturalmente, que estemos pensando en una porción de esa materia y no en la materia misma).
Sin embargo, no debemos dejarnos llevar por la tentación de confundir cómo está hecha la lengua con cómo está hecho el mundo. Lo anterior es solamente una relación típica. En última instancia, el que un sustantivo sea contable o incontable no depende de cómo sea la realidad que nombra, sino de cómo se categorice lingüísticamente esa realidad. En este sentido, la lengua no es esclava del mundo, sino que le impone sus propias estructuras. Basta con fijarse en los guisantes y el trigo. En el mundo son realidades comparables. Si yo pongo encima de la mesa un montón de guisantes y, al lado, otro de trigo, me encontraré con que ambos están formados por la agregación de unidades de tamaños no demasiado dispares. Las unas serán verdes y las otras amarillas; las unas, redondeadas y las otras, aplanadas; pero por lo demás… Sin embargo, los guisantes son contables y el trigo, incontable.
Es más, la categorización como contable o incontable presenta una gran variabilidad de una lengua a otra. Por ejemplo, mueble es contable en español (prueba, si no, a contar cuántos muebles tienes en el salón). En cambio, su equivalente inglés furniture es incontable y solo admite la cuantificación con ayuda del sustantivo piece (one piece of furniture), de manera semejante a como nosotros hablamos de una pieza de fruta. Al revés, gente es incontable en nuestra lengua, pero un inglés o un irlandés no tienen inconveniente en hablar de two people o three people.
La diferenciación entre contables e incontables se complica en la práctica porque sustantivos que, en principio, situaríamos en una de estas categorías pueden reconvertirse para funcionar como si pertenecieran a la otra. Así, los sustantivos incontables se convierten fácilmente en contables para denominar objetos formados de la materia que designan. Es lo que ocurre frecuentemente con pan, que admite su uso contable en oraciones como la siguiente:
(7) Acércate a la tahona y tráete dos panes
Otras veces permiten referirse a ciertas cantidades de la sustancia en cuestión, cantidades que, aunque no estén medidas ni tasadas en ningún sitio, forman parte de las expectativas compartidas por los hablantes dentro de una determinada cultura. Por ejemplo, si voy a la cafetería de la facultad y pido un café, no es de esperar que me sirvan un barreño de café con leche y tampoco sería una excusa válida en ese caso el decir: “Es que usted no me especificó”. Sin embargo, estas expectativas se pueden ver defraudadas rápidamente en cuanto salimos de nuestro ámbito cotidiano. El hablante de español que pida un café con leche en Alemania se puede encontrar con que le sirvan un tazón de café más bien flojito, más apto para sumergir en él magdalenas que para espabilarse.
También podemos hacer lo contrario. Podemo pasar los sustantivos contables por una trituradora imaginaria que los convierta en sustantivos de materia (es decir, incontables). Eso es lo que ha ocurrido en expresiones como las siguientes, donde una serie de sustantivos contables aparecen asociados a modificadores indefinidos que son típicos de los sustantivos de materia (8, 9) o sin determinación alguna (10) en un contexto en que un sustantivo contable la necesitaría:
(8) Me gusta esa tarta, pero no con demasiado piñón
(9) Un Jaguar es mucho coche para ti
(10) Échale manzana y verás qué rico sale
La diferencia de significado entre Échale manzana y Échale una manzana está en que en el primer caso estamos concibiendo esa fruta como una sustancia (de manera semejante a como podríamos decir Échale whisky). En el segundo, en cambio, se presenta como como una unidad, un todo redondo y acabado.
Estos cambios de categoría acaban por convertir la noción misma de sustantivo contable e incontable en una noción resbaladiza. Por ello se ha propuesto toda una serie de pruebas que nos ayuden a identificarlos, aunque ninguna es definitiva. Por ejemplo, una característica que se utiliza a veces para diferenciar unos y otros es su relación con la noción de ‘mitad’. Cuando los sustantivos son incontables, podemos combinarlos con la idea de ‘mitad’ sin que pierdan su identidad. La mitad del agua sigue siendo agua, la mitad de la gente sigue siendo gente, la mitad del dinero sigue siendo dinero, etc. En cambio, esto mismo no es cierto de los sustantivos contables. La mitad de una mesa ya no es una mesa, la mitad de una cabra deja de ser una cabra, etc. Esta prueba, no obstante, no nos ayuda demasiado con sustantivos que se refieren a realidades abstractas. Resulta complicado pensar en cosas como la mitad de una duda (sustantivo contable) o la mitad de la abnegación (incontable).
En definitiva, la noción de nombre contable e incontable, como tantas veces sucede en lingüística, es intuitivamente clara, pero difícil de acotar con precisión en cuanto descendemos al detalle.
Alberto:
Me ha llamada la atención esta entrada. Por la mañana escuche hablar en la radio de la fisiología del gusto, no del libro de Brillat-Savarin, aunque lo citaron. Hablaron de las conexiones olfato-gusto-vista y cerebro en el acontecimiento gastronómico y las grandes experimentaciones de los cocineros de diseño. Y es ahí, donde entra en el juego el lenguaje: es la hora de contar, pesar y medir y cambiar la percepción que tenemos de las cosas. Así, unas verduras dejaran bien tratadas por la industria de la alimentación dejaran de tener sabor a verduras y serán comidas placenteramente por los niños —los niños del hasta ayer llamado mundo rico, los de los otros mundos se darán con un canto en los dientes si logran comerse unas hierbas no cultivadas—
¿A dónde iba yo?, si, ya recuerdo. Iba a señalar una obviedad: la relación entre el lenguaje y el cerebro y cómo, a lo largo de nuestra vida, el lenguaje se va convirtiendo en el principal instrumento de conexión entre realidad y deseo. Y aprendemos a percibir y, aunque no lo conozcamos científicamente, a pronunciar y escribir con un relativo acierto. Sin embargo, no siempre, a la hora de pensar el lenguaje nos es del todo suficiente y entonces, ay, entonces recurrimos a una forma de lenguaje muy especial, la poesía.
Es un placer, amigo mío, leer tus textos didácticos en este blog. De ellos pueden decirse tantas cosas buenas como Brillat-Savarin dijo del chocolate. Gracias por tu palabra.
Un abrazo,
Cecilio