Un fallo garrafal en estas lides de la oratoria consiste en lanzarse a hablar a toda velocidad. Pero, un momento: ¿has intentado alguna vez llenar una botella de aceite con un embudo? ¿A que enseguida se sale? Pues lo mismo le pasa a la cabeza de tu público. El contenido es espeso y la capacidad de los oyentes para asimilarlo, limitada. Dales tiempo. Incluso desde el punto de vista acústico, se necesita más tiempo para absorber un discurso que una conversación informal.
El problema suele venir por dos causas. Para empezar, cuando nos ponemos nerviosos nos aceleramos. Podría darnos hacerlo todo más despacio, pero el caso es que tendemos a atropellarnos. Pues bien, aquí también se aplica aquello de Vísteme despacio, que tengo prisa.
La otra causa es, a menudo, que hemos preparado demasiado material y —claro— nos creemos en la obligación de soltarlo a cualquier precio. ¿Pero de qué sirve que contemos muchas cosas si nadie se entera?
Te recomiendo que planifiques y ensayes tu presentación. En los ensayos es bueno que tengas a alguien delante para que la situación sea más realista (esos sufridos hermanos, novios y compañeros de piso que están para estas ocasiones). Y si esto no es posible, también ayuda el visualizar en tu mente el lugar donde vas a hablar y el público ante el que lo vas a hacer.
Cuando por fin llegue el momento de la verdad, no claves la vista en el papel. Antes de nada, mira a las personas que te van a escuchar, respira y, cuando te des cuenta de que te están atendiendo, empieza a hablar. Durante la exposición, sigue respirando con el abdomen y mantén el contacto visual con el público, verás cómo naturalmente la cadencia del discurso se va adaptando a la situación.
Tampoco está de más que llegues con tiempo. Si vienes corriendo porque se hace tarde, seguirás a toda marcha cuando tomes la palabra.
Esto son solo un par de sugerencias. Seguro que tú tienes tus propios trucos y técnicas que te dan buen resultado.