
Álvaro es un nombre de origen germánico. Rafael Lapesa, en su imprescindible Historia de la lengua española (Madrid: Gredos, 1981, p. 121), nos explica que es un compuesto de las raíces all ‘todo’ y wars ‘prevenido’. Podemos interpretar, por tanto, que se refiere a alguien que anda siempre alerta y prevenido. Hay que aclarar, eso sí, que la certeza en cuanto a este origen no es absoluta.
El nombre llega a la Península Ibérica con los visigodos en la época en que declinaba ya el Imperio Romano.
No son demasiadas las palabras que los visigodos dejaron en el castellano, sobre todo si las comparamos con el aporte del árabe, que es otra de las lenguas que llegaron a esta península nuestra como resultado de una conquista. Una de las áreas del vocabulario donde la huella visigótica resultó más duradera es la de los nombres propios de persona o antropónimos. Muchos de los que hoy son de uso corriente en el mundo hispánico tienen este origen.
El primer Álvaro famoso de la historia es el guerrero Álvar Fáñez, que fue sobrino del Cid y al que podemos ver en la imagen.
Esta entrada está dedicada, como no podía ser menos, a mi sobrino Álvaro.