Los verbos defectivos son los que carecen de ciertas formas de la conjugación.
Existen diferentes tipos de defectividad. Por ejemplo, algunos verbos, por su significado, solo se conjugan en tercera persona. Aquí se cuentan, entre otros, suceder, ocurrir o acontecer:
(1) Aquello ocurrió porque no había más remedio.
(2) Los hechos sucedieron de madrugada.
Lógicamente, lo único que puede ocurrir, suceder o acontecer es un algo, que es una tercera persona. Por más vueltas que le demos, no hay manera de que un tú o un yo pueda suceder.
Un grupo claramente delimitado es el de los verbos meteorológicos (llover, nevar, granizar, etc.):
(3) En cuanto limpio los cristales, llueve.
Los verbos meteorológicos, por lo general, solo se utilizan en tercera persona del singular y sin sujeto expreso. Sin embargo, esta restricción no es absoluta. En ocasiones puede aparecer un sujeto expreso:
(4) Al Gobierno le llovieron críticas por la dureza de su política social.
Incluso, en textos poéticos o que se refieren a mundos fantásticos aparecen esporádicamente formas como lloví, llueves… Lo importante aquí es que tales usos son claramente excepcionales.
También es explicable por motivos semánticos la defectividad de verbos como soler y acostumbrar. Son perfectamente posibles construcciones como las siguientes:
(5) Yo suelo tomar un café o dos por la mañana.
(6) Sisebuto acostumbraba dar un paseo después de comer por motivos higiénicos.
Lo que nos muestran los ejemplos (5) y (6) es que este verbo admite perfectamente el presente y el imperfecto de indicativo. En cambio, no podemos decir esto otro:
(7) Cuando me jubile, soleré dar un paseíto por las tardes.
(8) De pequeño solí bañarme en el Tajo en verano.
A este verbo no le gusta que lo mezclemos con predicciones sobre el futuro (7). Al fin y al cabo, ¿quién sabe las costumbres que va a tener dentro de veinte años? Por su significado de acción repetida, también rechaza tiempos como el pretérito perfecto simple (8), que nos indican que la acción se realiza una sola vez. Además es incompatible con el imperativo (¡Suele!) o el condicional (solería).
No obstante, no todos los casos de defectividad se pueden explicar por motivos semánticos. Por ejemplo, hay un puñado de verbos de la tercera conjugación (-ir) que solo se utilizan en las formas con i. Esto es lo que le ocurre a abolir. Un orador podría decir esto en un mitin:
(9) ¡Si ganamos las elecciones, aboliremos la ley de la gravedad!
Lo que ya no sería tan fácil es que el público le contestase esto otro:
(10) ¡Eso, eso! ¡Que la abolan! ¡Que la abolan!
Una vez más, no se trata de una imposibilidad absoluta. Ocasionalmente nos podemos topar con formas como abolo, pero cuando observamos el uso del verbo en su conjunto, sí que se percibe una clara preferencia entre los hablantes por las formas con i.
En definitiva, no te debes extrañar si cuando vas a echar mano de una forma verbal, te das cuenta de que no esta existe o de que te suena muy rara. Se trata de una peculiaridad de ciertos verbos. Ni más ni menos.