Mediaba julio y España se arrastraba plácidamente hacia las agosteñas vacaciones entre ola y ola de calor. Nada parecía capaz de despertarnos de una modorra inducida por litros de gazpacho y torres de sandía. ¿Nada? De pronto, un rayo arrojado desde el Olimpo de nuestros inmortales académicos desató el cataclismo. Un tuit del ínclito Pérez-Reverte reveló que la Academia estaba a punto de dar su bendición al uso popular del infinitivo iros en lugar del imperativo idos (pero solamente para este verbo y para ninguno más).
Las redes sociales bramaron, los diarios publicaron columnas incendiarias, las emisoras de televisión rebuscaron en el fondo de la agenda el teléfono de su lingüista de cabecera (¿seguiría con vida?… ya debía ser muy mayor…). La polémica estaba servida.
¿Pero es para tanto? Sí lo es, pero probablemente no por el motivo que estás pensando. Para empezar tenemos que acotar un poquito el problema. Conviene saber que esta es una discusión de un alcance muy limitado dentro del mundo hispánico. El motivo es sencillo: el imperativo de vosotros solamente se usa en las variedades de nuestro idioma que diferencian entre ustedes y vosotros en la conjugación. Esto solo ocurre en España y ni siquiera en todo el país.
En el día a día de la lengua, el imperativo de vosotros presenta una realidad dual (esquizofrénica incluso). Por un lado, hay una forma normativa: venid aquí ahora mismo, quedaos donde estáis, esperadme un momento, etc. Esta es propia de los registros cultos y formales, pero también se mantiene viva entre un grupo considerable de hablantes que la mamaron con la leche materna. Por otro lado, nos encontramos una variante popular que compite con la anterior. Esta consiste simplemente en reciclar el infinitivo para que haga las veces de imperativo de vosotros: Venir aquí, quedaros donde estáis, etc.
Ante esta situación la RAE tenía dos posibilidades:
a) No hacer nada. Si lo hubieran dejado todo como estaba, probablemente nadie hubiera protestado en los próximos cien o doscientos años.
b) Dar sus parabienes a la variante popular; pero ojo: dárselos en su integridad, o sea, para todos los verbos y no solamente para un elegido. Se habría organizado más o menos el mismo revuelo que tenemos ahora, pero después las aguas habrían vuelto a su cauce. Simplemente, la norma del español se habría acercado un poco a lo que se dice en la calle.
Sin embargo, la Academia se ha inclinado por la peor de las opciones: las medias tintas, los paños calientes, el sí pero no. Y con eso lo único que consigue es quedarse con el culo al aire como el famoso emperador del traje.
Hasta ahora teníamos una norma para la formación del imperativo. Esta podía ser más acertada o menos acertada, más realista o más idealista, pero era norma al fin y al cabo. La introducción de iros con valor de imperativo (y solamente de iros) destruye la norma y la sustituye por un capricho arbitrario, de manera parecida a los abuelos que le prohíben al nieto patear las piedras con los zapatos nuevos… menos esta, que sí se puede. Escojo intencionadamente la imagen del niño y los adultos porque así es como nos tratan nuestros queridos inmortales cuando actúan de esta manera.
En la docta casa demuestran desconocer, como mínimo dos realidades: a) las necesidades de la enseñanza de una lengua, y b) las expectativas de la inmensa mayoría de los hablantes, que no son lingüistas ni tienen por qué serlo.
Empecemos por la enseñanza. Que alguien me explique cómo voy a contarles a mis alumnos a partir de septiembre que quedaros aquí es una expresión incorrecta, pero que iros por ahí está divinamente. En el momento en que lo uno es aceptable, rechazar lo otro es un absurdo que no entra en cabeza humana. ¿Y qué hacemos con el imperativo de ir cuando no se le añade el pronombre? ¿Seguirá siendo id o también valdrá ir? Mi predicción: esto solo va a servir para arrancar el esparadrapo poco a poco. El reconocimiento académico del iros imperativo precipitará el de marcharos, correr, etc. Que conste que a mí esto tampoco me parecería mal, pero haciéndolo de manera coherente y desde el principio (e informando sobre la consideración social de una y otra variante). Lo que no puede ser es crear una excepción que rompe todos los esquemas de conjugación.
Por otro lado, no conviene olvidar que la Academia es una institución normativa. Así es como la concibe la inmensa mayoría de la sociedad: la abogada que tiene que redactar un informe, el panadero que va a apuntar en la pizarra el nombre y los precios del género que despacha, el fabricante que va a anunciar un producto en vallas publicitarias, el ministerio que va a publicar una nota de prensa… Lo que suelen buscar estas personas, empresas e instituciones es un justo medio: una forma de expresarse que resulte socialmente aceptable, que huya tanto de lo vulgar como de lo pedante, que no se pase ni de moderna ni de arcaica. Lo que nos interesa a casi todos es hablar y escribir con un mínimo de seguridad (o, llegado el caso, poder saltarnos la norma para chocar y escandalizar).
Todas las lenguas de cultura tienen una norma. La nuestra no va a ser una excepción. Es la propia sociedad la que la demanda porque cumple una función. Con todas sus imperfecciones, yo prefiero que la nuestra la dicten instituciones como son las Academias de la Lengua a que quede en manos de alguna editorial o del departamento de Lengua Española de cualquier universidad. Si la RAE renuncia a ofrecer un modelo lingüístico a los hablantes o abusa de la fuerza que le da su condición normativizadora, pierde su sentido de ser.
No sabemos si finalmente la Real Academia Española cumplirá su amenaza de crear una excepción para idos/iros o si todo quedará en un episodio de incontinencia verbal de su más insigne tuitero. Lo que sí tengo claro es que con estas ocurrencias los académicos se exponen a que algún día los hablantes les digan “Iros a hacer gárgaras, que para esto no os necesitamos”.