Una vez que tenemos claro para qué sirve la coma, vamos a examinar la otra cara de la moneda: para qué no sirve. Aquí entran en acción las famosas pausas.
La lectura ha cambiado
Hoy día, damos por hecho que leer equivale a sentarnos y hacer sonar las palabras en el interior de nuestra cabecita. Además, probablemente, esto lo haremos en soledad o, por lo menos, en un entorno que nos permita abstraernos de lo que ocurre a nuestro alrededor.
Sin embargo, a lo largo de la historia, leer ha sido sobre todo una actividad social. En siglos y milenios pasados, quienes sabían leer eran pocos. Por eso, el acto de la lectura suponía casi siempre que esa persona que sabía leer lo hiciera en voz alta para un grupo que se reunía a su alrededor. Además, los oyentes no se conformaban con asistir de forma pasiva, sino que comentaban, preguntaban, porfiaban…
Piensa en lo que ocurría en una casa cuando una madre salía al patio con la carta del hijo emigrante para que se la leyera la vecina que era maestra. Antes de que existieran la televisión y otros inventos, muchas familias pasaban las noches de invierno alrededor de la lumbre mientras oían leer una novela.
Abundan los testimonios históricos en esa línea. Yo te he seleccionado uno de los más famosos. En el siglo IV, Agustín de Hipona (que todavía no era tan santo), se quedaba admirado ante cierta costumbre de su maestro Ambrosio, el obispo de Milán. Esto es lo que cuenta en sus Confesiones, según la histórica traducción que elaboró Ismael Quiles para la Colección Austral de Espasa-Calpe:
Pero cuando leía, [Ambrosio] llevaba los ojos por los renglones y planas, percibiendo su alma el sentido e inteligencia de las cosas que leía para sí, de modo que ni movía los labios ni su lengua pronunciaba una palabra.
Muchas veces me hallaba yo presente a su lección, pues a ninguno se le prohibía entrar, ni había costumbre en su casa de entrarle recado para avisarle de quién venía; y siempre le vi leer silenciosamente, y como decimos, para sí, nunca de otro modo. En tales casos, después de haberme estado sentado y en silencio por un gran rato (porque ¿quién se había de atrever a interrumpir con molestia a un hombre que estaba tan embebido en lo que leía?) me retiraba de allí, conjeturando que él no quería que le ocupasen en otra cosa aquel corto tiempo que tomaba para recrear su espíritu, ya que por entonces estaba libre del ruido de los negocios y dependencias ajenas. También juzgaba yo que el leer de aquel modo sería acaso para no verse en la precisión de detenerse a explicar a los que estaban presentes, y le oirían atentos y suspensos de sus palabras, los pasajes que hubiese más oscuros y dificultosos en lo que iba leyendo, o por no distraerse en disputar de otras cuestiones más intrincadas, y gastando el tiempo en esto repetidas veces, privarse de leer todos los libros que él quería. Sin embargo, el conservar la voz, que con mucha facilidad se le enronquecía, podía también ser causa muy suficiente para que leyese callando y sólo para sí; en fin, cualquiera que fuese la intención con que aquel gran varón lo ejecutara, sería verdaderamente intención buena.
Agustín de Hipona: Confesiones
Los sistemas de puntuación han cambiado
Al joven Agustín le llama poderosamente la atención que aquel sabio lea en silencio y que lea para sí mismo. Insisto: lo normal era leer en voz alta para todo el que quisiera quedarse a escuchar. En ese contexto, tenía sentido que los sistemas de puntuación estuvieran orientados a facilitar la lectura de viva voz. Por eso, los signos de puntuación le indicaban al lector dónde convenía hacer una paradita para que se enterase debidamente la distinguida concurrencia.
Ese mundo ya es historia y esos sistemas de puntuación también lo son. A lo largo de la Edad Moderna se va produciendo una transición hacia la lectura silenciosa y hacia sistemas de puntuación que asisten en este otro tipo de experiencia, en el que los ojos se deslizan en silencio por los renglones y por las planas, como decía nuestro amigo el de Hipona.
En el siglo XXI, cuando hablamos de lectura, nos referimos casi siempre a una lectura silenciosa. La forma de leer ha cambiado y también lo han hecho los sistemas de puntuación. Ante necesidades diferentes, estos ofrecen soluciones diferentes.
En nuestros días, la puntuación ha asumido una función independiente de lo oral. En general, los signos de puntuación sirven para dar pistas al lector sobre la estructura del texto y la de los diferentes enunciados que componen ese texto.
Como dijimos, la función de la coma se sitúa en el interior del enunciado. La coma también ha asumido una función más abstracta. En este cambio se ha desprendido de su función originaria como señal de que convenía detener por un momento la lectura en voz alta.
Una cosa es el habla y otra, la escritura
Para comprender cabalmente todo esto, conviene aclarar que una cosa es el habla y otra diferente, la escritura. La lengua hablada y la lengua escrita presentan características diferenciadas. Esto puede parecer de cajón, pero mi experiencia es que muchas personas tienden a confundir uno y otro plano.
En el habla introducimos pausas cada cierto tiempo por diversos motivos. Esto lo hacemos de manera automática. Forma parte del conocimiento de nuestra lengua materna, igual que el uso de los artículos o la conjugación de los verbos. Es algo que hemos aprendido sin saber que lo hemos aprendido y sin saber ni siquiera que lo sabemos.
Uno de los motivos para detener el habla de vez en cuando es que esas pausas ayudan al oyente a captar los límites de las diferentes unidades de que se compone nuestro discurso.
En cambio, en la escritura no hay pausas por ningún sitio. Lo que hay son signos de puntuación: pequeñas marcas que vamos dejando sobre el papel o sobre la pantalla para guiar a nuestro lector, igual que Pulgarcito iba soltando migas de pan por el camino.
Los signos de puntuación sirven para marcar límites entre unidades, entre partes que se pueden identificar en el texto. Es una función análoga a la de las pausas de la lengua oral. De esa manera, ayudan al lector a reconocer la estructura de ese texto y de los enunciados de que se compone. Y ahora viene el problema.
Las pausas de la lengua oral tienden a coincidir con los signos de puntuación de la escritura. Esto no es de extrañar si tenemos en cuenta que pausas y signos de puntuación coinciden en la función de marcar límites entre unidades. La dificultad está en que se trata de unidades pertenecientes a planos diferentes. Por eso, los límites que se marcan no son necesariamente los mismos. Vuelvo a lo de antes: una cosa es lo escrito y otra diferente, lo oral.
Las discordancias entre pausas y signos de puntuación son numerosas. Ese es el origen de las típicas faltas de quienes puntúan de oído. Por ejemplo, cuando escribimos, nos hace falta una coma en la respuesta del siguiente diálogo:
(1) —¿Usted se llama Sisebuto?
—Sí, señor.
Sin embargo, esa coma no se corresponde con ninguna pausa en la lengua oral. Detenerse entre sí y señor daría lugar a una deficiente lectura en voz alta. Es lo que nos encontramos cada dos por tres en doblajes cinematográficos baratos.
Al revés, hay pausas de la lengua oral que no se corresponden con ningún signo de puntuación de la escritura. Sin ir más lejos, en español tendemos a introducir una pausa entre sujeto y verbo. Cuanto más extenso es el sujeto, más probabilidades hay de que se produzca dicha pausa, por ejemplo:
(2) Mi prima Mari la de Cuenca se ha ido a vivir a Berlín.
El sujeto aquí es Mi prima Mari la de Cuenca. Si yo le digo eso a un amigo en una conversación, muy probablemente voy a hacer una paradita entre ese sujeto más bien largo y el resto del enunciado. Lo que voy a pronunciar va a ser más o menos esto:
(3) [mipríma mári ladekuénka | seá ído abibír aberlín]
En el ejemplo, los corchetes indican que estoy transcribiendo el sonido (aunque sea de manera aproximada). Por su parte, la barra vertical (|) marca la posición donde introduzco la pausa.
Esa separación es perfecta en la lengua oral. Sin embargo, sería un error introducir una coma en la escritura en esa posición. Esto es incorrecto (fíjate en la coma aunque sea pequeñita):
(4) Mi prima Mari la de Cuenca, se ha ido a vivir a Berlín.
¿Por qué es incorrecto? Porque hay un principio que casi siempre se cumple y al que ya me he referido en algún otro curso:
La relación que se da entre el sujeto y el verbo es muy estrecha. Por eso, la ortografía no admite que interpongamos una coma entre uno y otro. Eso es lo que se denomina a veces coma criminal. Volveremos sobre ella.
En general, en cuestiones de comas, es más frecuente pecar por exceso que por defecto. Quienes se sienten inseguros en el uso de los signos de puntuación tienden a exagerar. La consecuencia es que inundan el texto de comas de manera un tanto aleatoria. A veces, acumulan varias que son innecesarias (o directamente erróneas). Otras veces, se comen precisamente la que más falta hacía.
Quien adolece de impericia ortográfica también tiende a abusar de la coma en otro sentido: utiliza la coma en lugares donde esta quizás es correcta, pero sería preferible introducir otro signo de puntuación. Ahí es donde entran en acción el punto, el punto y coma (ese gran desconocido), los dos puntos o, incluso, los paréntesis o las rayas.
Necesitamos entender que en el mundo actual los signos de puntuación se han desacoplado de las pausas de la lengua oral. Eso incluye a la coma. Mientras no lleguemos ahí, ni puntuaremos bien ni seremos capaces de hacer una lectura en voz alta mínimamente aceptable.
Vídeo
Te dejo aquí la lección en vídeo por si prefieres aprender de esta forma.
Ejercicio
Vamos a resolver el ejercicio correspondiente: