María Moliner: ‘Diccionario de uso del español’

El Diccionario de uso del español de María Moliner es una obra monumental. Son dos volúmenes que la autora iba elaborando pacientemente en el salón de su casa en los ratos libres que le dejaban su trabajo como bibliotecaria y su vida personal.

Necesitó quince años de trabajo artesanal para completarlo a base de fichas mecanografiadas y de anotaciones que tomaba a mano con su estilográfica. Todavía no se había inventado el ordenador personal.

Una de mis obsesiones como estudiante de bachillerato en el real sitio y villa de Aranjuez era hacerme con mi propio ejemplar de esta obra. Yo había tenido ocasión de trastear con el María Moliner en la biblioteca del instituto y por eso quería tener el mío.

El precio de sus tres mil páginas excedía las modestas posibilidades de un adolescente de finales del siglo XX. La ocasión llegó cuando conseguí mi primer trabajillo de verano recogiendo ciruelas claudias junto a unos cuantos amigos en una huerta cercana a Aranjuez. Íbamos allí en bicicleta, nos reíamos, aprendíamos a ganarnos la vida y sacábamos un dinerillo para nuestros caprichos.

Yo mi capricho lo tenía claro. En cuanto me pagaron, me presenté en la librería de mi pueblo. Salí de allí con un volumen debajo de cada brazo y más alegre que unas castañuelas.

¿Qué diferencia este diccionario de obras académicas como el DLE? El diccionario de María Moliner está completamente volcado en el uso. Es algo que declara en su propio título: Diccionario de uso del español. Además, la autora lo precisa ya en el primer párrafo de la introducción. Esto es lo primero que encuentra el lector:

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(1) La denominación «de uso» aplicada a este diccionario significa que constituye un instrumento para guiar en el uso del español tanto a los que lo tienen como idioma propio como a aquellos que lo aprenden y han llegado en el conocimiento de él a ese punto en que el diccionario bilingüe puede y debe ser substituido por un diccionario en el propio idioma que se aprende. Y ello, en primer lugar, trayendo a la mano del usuario todos los recursos de que el idioma dispone para nombrar una cosa, para expresar una idea con la máxima precisión o para realizar verbalmente cualquier acto expresivo. Y, en segundo lugar, resolviendo sus dudas acerca de la legitimidad o ilegitimidad de una expresión, de la manera correcta de resolver cierto caso de construcción, etc.

Su autora no se conforma con que el usuario del diccionario entienda los significados de las palabras. Además de eso, le ofrece consejos para utilizarlas de manera adecuada (te recuerdo que lo adecuado y lo correcto no siempre coinciden).

Por ejemplo, le orienta sobre la ortografía preferible cuando existen variantes, sobre formas de la conjugación verbal que conviene adoptar o relegar. Le guía a la hora de pronunciar ciertas palabras difíciles para que el usuario escape de Escila y Caribdis: le señala el camino del medio en ese desfiladero flanqueado por lo vulgar y lo redicho. ¡Y no solo eso! Ofrece ejemplos, sinónimos, términos afines, frases hechas, combinaciones frecuentes… todo lo necesario para que el usuario se haga con el control de la palabra en cuestión.

Además, la autora informa sobre familias de palabras. La edición original del diccionario seguía un orden alfabético modificado. Los términos se agrupaban por familias. Te puedo contar que esa presentación me ayudó a mí como joven usuario a entender relaciones que se dan en el interior del léxico y que a mi tierna cabecita se le escapaban.

Conocer las relaciones familiares del vocabulario constituye una gran ayuda para usarlo. Sirve para saber que, al igual que ocurre en las familias humanas, hay parientes ricos y pobres, unos que son más elegantes o más refinados, mientras que otros tiran más hacia lo popular (y, quizás, por eso mismo, resultan más divertidos). Ese conocimiento a mí me ayudaba a atinar con la palabra justa para la ocasión adecuada en un momento en que era un inexperto escribiente que aspiraba a convertirse en filólogo.

Doña María también incluyó amplios artículos en los que explica conceptos gramaticales con un lenguaje claro y comprensible. Nuevamente, cuando ella describe el verbo, no se conforma con que tú y yo salgamos de allí con un conocimiento abstracto sobre esa clase de palabras. Esa información resulta ociosa si no se encamina a un propósito más elevado: aprender a usar el verbo. Lo que pretende María Moliner es que le saquemos chispas a esa información gramatical cuando nos pongamos a hablar y, sobre todo, a escribir.

Yo, que soy un gran lector de diccionarios, pasé horas y horas de mi juventud en amena conversación con María Moliner. Sacaba el diccionario de la estantería, lo plantaba sobre la mesa del comedor en casa de mis santos padres y dejaba correr el tiempo mientras bebía el conocimiento que destilaban aquellos artículos lexicográficos.

Después iba aplicando lo que aprendía. Me servía para redactar trabajos para las clases y para sacar mejor nota en los exámenes. Lo aprovechaba cuando quería escribir textos para las asociaciones en que siempre andaba mezclado o para entender mejor los libros con que iba nutriendo mi joven y calenturiento cerebro. En el momento en que escribo estas líneas, ya no se les puede aplicar a mis neuronas lo de jóvenes, pero te aseguro que esta cabeza sigue siendo un hervidero de ideas que brotan a borbotones a las primeras de cambio. Yo se lo atribuyo a la curiosidad que me dominaba entonces y que nunca me ha abandonado.

Quiero pensar que algunas de las bondades que puedan tener el Blog de Lengua y los cursos que imparto proceden de las horas que pasé empapándome de la sabiduría de María Moliner a través de su diccionario. De ella aprendí que las explicaciones lingüísticas solamente sirven si las entienden sus destinatarios, es decir, el público no especialista que desea escribir mejor. No sé si habrá alguna virtud en lo que escribo. De lo que sí estoy seguro es de que sus muchos defectos me pertenecen en exclusiva, a pesar de todo lo que ella y mis maestros hicieron para corregirlos.

El María Moliner es un diccionario con el que conviene familiarizarse, pero has de tener presentes dos advertencias:

  • Solamente existe como obra impresa. Olvídate de la comodidad de los diccionarios electrónicos. Te confieso que yo lo tengo siempre al lado mientras escribo. Está en la estantería de mi despacho, siempre al alcance de la mano. Sin embargo, solamente acudo a él cuando sé que doña María es mi única esperanza.
  • Es un diccionario de mediados del siglo XX. Ha recibido actualizaciones, pero estas han sido polémicas. Se acometieron tras la muerte de la autora. Introdujeron un orden alfabético estricto que facilita la consulta, pero que desvirtúa una de las características definitorias de la obra: el hecho de que las palabras se ordenen por familias.

¿Es una obra recomendable? Para mí sí lo es. Renunciaría a muchas cosas antes de desprenderme de mi ejemplar del Diccionario de uso del español, que me ha acompañado durante casi cuatro décadas. ¿Lo vas a utilizar a diario? Esa es una cuestión a la que cada cual se debe responder por sí mismo.

En cualquier caso, es una inversión intelectual a largo plazo. Te va a servir para extraer lecciones sobre cómo escribir siempre que estés dispuesto a prestarle tiempo y dedicación. Quizás sea cuestión de planteárselo como obra de lectura más que como obra de consulta. Una vez más, cada cual debe descubrir cómo encaja este diccionario en su programa de formación y en su caja de herramientas para escribir.

Veamos cómo son los artículos de este diccionario. Mira cómo trata María Moliner el verbo abdicar:

(2) abdicar. (Del latín «abdicare», derivado de «dicare», proclamar solemnemente, de la misma raíz que «dícere», DECIR.) ➀ (no frec.). Renunciar a una alta ➘dignidad o empleo; particularmente a la dignidad de soberano. ➁ («en»). Traspasar la ➘dignidad de soberano a otra persona: ‘Abdicó el reino [el trono, la corona…] en su hijo’. ➂ *Abandonar cierta ➘cosa como «ideas, ideales, principios»: ‘No puede abdicar [de] los ideales de toda su vida’. ➃ «*Renunciar». No hacer uso de cierto ➘derecho. ➄ (tr. o intr.). *Despojar a alguien de un derecho, privilegio o poder.

El artículo de María Moliner te proporciona todo tipo de información útil. Para empezar, la indicación etimológica no está ahí solamente para informar sobre el origen de la palabra. Esas explicaciones etimológicas sirven a un propósito práctico: ayudan al usuario a contextualizar el significado actual de la palabra a partir de su significado histórico.

La primera abreviatura (no frec.) nos informa sobre la frecuencia de uso. Eso guía la atención del usuario y le hace ver que no todas las acepciones le van a resultar igual de necesarias. Ya sabemos que la dificultad de este verbo consiste sobre todo en las preposiciones. La autora señala claramente en los ejemplos qué preposiciones son obligatorias y cuáles son opcionales. Para eso sirve el corchete de este ejemplo, que te muestra una preposición que puedes poner o quitar:

(3) No puede abdicar [de] los ideales de toda su vida.

Además, proporciona una lista de complementos que se suelen usar con abdicar:

  • reino
  • trono
  • corona

Es información práctica que ayuda a escribir. Con los ejemplos mata dos pájaros de un tiro. Por un lado, sirven para terminar de entender las acepciones. Por otro lado, están concebidos de forma que te sirvan como plantilla para construir tus propias oraciones. Mantienen una simplicidad que te permite captar la estructura.

Ya te habrás fijado en que el artículo contiene algunos símbolos. Estos aportan una capa adicional de información. En esto se comporta de manera diferente al Diccionario de la lengua española. El DLE te avisa cuando un verbo es transitivo, pero no te especifica cuál es el complemento directo. En cambio, María Moliner lo señala con una flechita inclinada (➘). Tú piénsalo. ¿Qué es más útil para escribir?:

  • Saber que un verbo necesita un complemento directo.
  • Saber cuál es el complemento directo que necesita.

La solución de María Moliner es práctica y elegante. Te señala el complemento sin distraer de la lectura. Es una información que está ahí para quien la quiera recuperar.

Por su parte, el asterisco (*) es una señal para el lector que quiere ir más allá. El asterisco te está lanzando este mensaje (sigo con mi manía de traducir los diccionarios al lenguaje normal y corriente):

(4) Busca esa palabra si quieres ampliar tu vocabulario. Allí te he dejado una lista de términos relacionados.

En nuestro artículo de ejemplo, Moliner le coloca un asterisco a abandonar. Cuando consultas esa palabra, te encuentras con listas de términos que están relacionados con la idea de ‘abandonar’. Eso es extraordinariamente útil para quien quiere escribir. ¿Por qué? Porque le permite transitar por el diccionario en un doble sentido:

  • de las palabras a las ideas
  • de las ideas a las palabras

Yo tengo en mi mente la idea de ‘abandonar’. Gracias a esas listas accedo a las palabras que puedo utilizar para expresar esa noción y las que están alrededor. Como ves, la autora te proporciona información a raudales en unas cuantas líneas. Te deja que vayas escogiendo la que necesitas y lo hace de manera práctica, sencilla y discreta, tal como la describieron a ella misma quienes tuvieron la suerte de conocerla.

Por una ironía del destino, la mente lúcida de María Moliner empezó a borrarse poco después de acabar el diccionario. Se fue del mundo sin palabras y sin recordar siquiera que ella era la autora de aquella obra.

Este artículo es mi pequeño homenaje personal para una autora a quien le escatimaron en vida el reconocimiento que se merecía.