En el texto siguiente se han colado diez comas que separan sujeto y verbo. Como esto es una falta atroz, urge encontrarlas y deshacerse de ellas. Cuando termines, consulta las soluciones.
Don Sisebuto Nonato, era un caballero de los de antiguamente. Entre otras cosas, adoraba la ópera. Las arias interpretadas por divas como la Callas o la Caballé, esponjaban su corazón y, a menudo, bastaban para hacer asomar una lágrima furtiva a sus ojos. Durante una larga temporada, residió en Italia. Las lenguas ociosas, siempre dispuestas a propagar rumores, atribuían su ausencia de España a un encendido romance con Renata Tebaldi, extremo que siempre negaron tanto ella como él. Lo que nadie sabía es que no hubo romance, pero sí amor, por lo menos por parte de nuestro héroe, y que las rosas que indefectiblemente recibía la diva en su camerino de la Scala habían sido escogidas una a una por su fiel Sisebuto. Quienes le conocen bien, afirman que todavía hoy se encierra durante horas en su vieja casa de Madrid a escuchar discos de vinilo e incluso de pizarra que le traen entre crujidos y chisporroteos los ecos de su antigua pasión.
El repertorio italiano, y sobre todo el de Puccini, era, con diferencia, el que mejor se avenía con el carácter lírico y sentimental de nuestro amigo. Verdi, Rossini, Bellini y Donizetti, constituían para él cumbres de la civilización y de la música. En cambio, los alemanes, le dejaban frío. El entusiasmo que despertaba en algunos El cazador furtivo de Weber, le resultaba incomprensible. Comparar El caballero de la rosa con Aída, era, dentro de su particular visión del mundo, un pecado en toda regla. De hecho, esto, le llevó a romper con cierto caballero de Múnich con el que hasta entonces había compartido mesa y amistad. De los franceses prefería ni hablar. Una vez, asistió entre bostezos a una representación del Fausto de Gounod. Esa experiencia, fue suficiente: decidió que nunca volvería a tirar así el dinero. Que España no le diera óperas al mundo, fue algo que siempre amargó su corazón. Por eso, y comoquiera que la zarzuela no resultaba de su gusto, se veía forzado a recorrer el planeta en pos de las Tebaldi, Callas y Caballé, soñando con ellas, oyéndolas cantar en italiano y gastando su ya menguada fortuna en inundar de rosas sus camerinos.