En las lenguas coexisten dos principios que son igual de importantes: la combinatoria y la fijación. Sin embargo, tradicionalmente se le ha dado más importancia al primero. Hasta tal punto es así que nos hemos acostumbrado a ver la lengua como una especie de mecano en el que se van ensamblando piezas para construir sintagmas, oraciones y textos.
Así —se suele creer—, quien disponga de los bloques de construcción (las palabras) y conozca las reglas que permiten encajarlas (la gramática), dominará una lengua. O sea, si yo conozco el determinante el/la/los/las, el sustantivo niño, el verbo comer y el sustantivo pan; y manejo, asimismo, las reglas gramaticales relativas al género, el número, la conjugación, el desempeño de funciones gramaticales como sujeto y complemento directo, etc., ya puedo construir una oración como El niño come pan. Ir creando más y más oraciones es, simplemente, cuestión de ir ampliando el inventario de palabras que sé combinar y el conjunto de reglas que rigen tales combinaciones. A esta visión parcial, simplista, de lo que es una lengua es a la que apelan estos métodos más o menos milagrosos que nos prometen enseñarnos inglés, francés o ruso a base de un puñado de vocabulario y unas cuantas nociones gramaticales.
Ojalá todo fuera tan fácil. Hay otra vertiente igual de importante en el dominio de una lengua: la que tiene que ver con todas aquellas combinaciones que los hablantes no van montando pieza por pieza, sino que se encuentran ya construidas, que aparecen constituidas en bloques con mayor o menor trabazón entre sus miembros. Estas se van transmitiendo de unos hablantes a otros y se van repitiendo de generación en generación, como parte del inventario de expresiones de una comunidad lingüística.
Las más típicas son probablemente las denominadas expresiones idiomáticas. Aunque yo conozca el significado de estirar y de pata, y sea capaz de combinar estas y otras unidades de acuerdo con las reglas de la gramática, todavía no sé lo que significa estirar la pata. Evidentemente, si alguien me dice que El protagonista de la película estiró la pata no interpreto normalmente que está haciendo unos ejercicios de rehabilitación que le ha mandado el médico. Esa expresión significa en bloque y lo normal es que la interpretemos como ‘morir’, en lugar de con su significado literal. Las expresiones idiomáticas no solo son fijas, sino que además se caracterizan porque su significado no se deriva del significado de sus componentes.
Otros representantes de la combinatoria restringida son las denominadas colocaciones, que son ciertas combinaciones estables de palabras que utilizamos de manera preferente para referirnos a determinadas realidades extralingüísticas. ¿Podríamos decir en español vino rojo? Podríamos. ¿Lo decimos? Pues no, lo que de hecho decimos es vino tinto. Y quien quiera hablar esta lengua correctamente, tendrá que aprender que esa es la denominación de esa bebida. Saber una lengua no es solo entender qué combinaciones son posibles. Además es necesario saber que de todas las que lo son, en la práctica, solo se utilizan algunas. Y de la misma forma que aprendemos una combinación de la vida cotidiana, con el tiempo tendremos que ir enterándonos de que en los registros más formales se dice celebrar una conferencia, estampar un firma o refrendar un tratado. Es parte del vocabulario del español, pero de un vocabulario que está formado por secuencias de palabras y no por palabras aisladas.
Bajando ya al terreno de la gramática, encontramos numerosas locuciones prepositivas y conjuntivas que son el resultado de la fijación de lo que en su día fueron combinaciones libres. Esto ocurre, por ejemplo, con de cara a, expresión que se ha convertido en una seria competidora de la preposición para, o con por más que, que alterna con la conjunción concesiva aunque.
También se fijan fórmulas conversacionales como a decir verdad…, bien mirado…, … ¿o no?, etc. Estas nos sirven para asegurarnos de que nos están entendiendo, ir dirigiendo la conversación y gestionar diversos procesos comunicativos. Cualquiera que haya intentado cambiar de tema o ir dando por cerrada una conversación telefónica en una lengua extranjera se habrá dado cuenta de su valor y de lo difícil que resulta utilizarlas adecuadamente.
Todos los tipos presentados hasta aquí se sitúan por debajo del nivel de la oración, pero la fijación también abarca oraciones completas. Hay casos de fijación pragmática que afectan a ciertas oraciones que se dicen en situaciones comunicativas concretas o que, más bien, son las que se dicen en esas ocasiones. Por ejemplo, para hacer la compra en un mercado tradicional español resulta útil saber que si llego a un puesto y hay varias personas esperando sin hacer cola, tengo que preguntar: ¿Quién es el último? o, si quiero ser más castizo, ¿Quién da la vez? Este tipo de expresiones cambian de unos países a otros y de unas lenguas a otras. Por ejemplo, si llego a casa de mis padres y llamo al telefonillo, cuando me pregunten: ¿Quién es?, me anunciaré diciendo simplemente: Soy yo. Un inglés, en cambio, diría: It’s me ‘es yo’; y un alemán, Ich bin es ‘yo soy ello’.
Si nos seguimos adentrando en el terreno de la fijación de oraciones, nos encontraremos con el rico mundo de los refranes, proverbios, etc., de cuyo estudio se encarga la paremiología. Y si nos asomamos al más complejo todavía de los textos rutinizados, nos encontraremos con lo que se escribe en una esquela, una invitación de bodas o, incluso, con ensalmos, oraciones y fórmulas legales. Pero todo esto nos llevaría ya demasiado lejos.
En fin, como ves, para tratar este tema haría falta no un artículo sino un blog entero. Me conformaría si lo poco que he podido presentar —que no pretende ser exhaustivo sino representativo— ha servido para llamar la atención sobre ciertos fenómenos de lengua que resultan omnipresentes en nuestro uso diario, pero de los que raramente llegamos a tener conciencia, entre otros motivos, porque no es muy normal que nos hablen de ellos.
Curiosamente en Colombia se dice «vino rojo» porque «tinto» allá es un café. Muchos colombianos de viaje por España o españoles visitando a Colombia piden un «tinto» y les sirven lo que no se esperan. Pienso que esa es una etapa mucho más avanzada del conocimiento de un idioma: saber qué se dice y significa en una región y cambia en otras. Los famosos regionalismos o localismos.
Había olvidado lo bella que es nuestra lengua. En mis días de estudiante era un férreo promotor de la buena ortografía, cosa que a fuerza de la era de Facebook y los SMS se me fué olvidando, me prometo a mi mismo de ahora en adelante, volver a la senda de la correcta escritura, que no se me ha olvidado (espero). Es algo que algún día espero poder transmitir a mis hijos, junto con un correcto uso de la palabra hablada (no soporto el espanglish, o español o inglés) y el gusto por la lectura de buenos libros, aunque ya creo que serán electrónicos.
Muchas gracias por compartir un poco de tu conocimiento con nosotros.
Después de años y años de estudiar inglés y quejarme de sus “phraseal verbs”, hace no demasiado caí en la cuenta de que en español tenemos figuras equivalentes, como las que comentas en esta entrada. Me queda el bobo consuelo de que los anlgoparlantes que estudien español se las tienen que ver con unas pocas perífrasis verbales del tipo “acabar de”, “meterse con”, “ponerse a”, etc.
Alberto:
Buen trabajo. El problema está no solo en aprender bien otro idioma, sino en conocer y entender el propio. Ya para conocer hay que leer y hay que escuchar con atención. Una simple canción de cuna requiere nuestra atención: “Mi niño se va a dormir, / ojalá fuera verdad, / y que le durara el sueño / tres días como a san Juan.”
Saludos,
Cecilio
¡Excelente artículo! De forma concisa explica muy bien el tema. Lo voy a compartir con mis colegas profesoras de lenguas.
¡Gracias, Alberto!