¿’Destornillarse de risa’ o ‘desternillarse de risa’?

Algunas personas dicen desternillarse de risa y otras, en cambio, destornillarse de risa. Pero ¿cuál de estas formas es la correcta o, por lo menos, la original?

El verbo desternillar(se) está formado sobre ternilla, que es el término tradicional, popular, para referirse al cartílago. En su sentido propio, este verbo significa ‘partir(se) las ternillas’. En sentido figurado, podemos afirmar que alguien se desternilla o que se desternilla de risa. En ese caso, estamos dando a entender que esa persona se ríe con tantas ganas que corre el peligro de quedarse sin ternillas (vamos, que prácticamente se descoyunta de la risa). El cuentista chileno Baldomero Lillo nos proporciona un ejemplo que ilustra esto a las mil maravillas:

Más bien bajo que alto, de recia musculatura, el carpintero era un hombre de cuarenta años, de bronceado rostro y cabellos y barba de un negro brillante […] Pero lo que daba a su personalidad un marcado relieve era su inalterable buen humor. Siempre dispuesto a bromear, ninguna contrariedad lograba impresionarle y el chiste más ingenuo lo hacía desternillarse de risa.

Baldomero Lillo: “El hallazgo”

Esa es la expresión original y la que se considera correcta en la norma culta del español: desternillarse de risa. Existe incluso el adjetivo desternillante, con el significado de ‘cómico, hilarante’. Lo emplea la escritora colombiana Ángela Becerra en este texto:

Cuando bajaba el efecto margarita el silencio volvía a hacer acto de presencia, pero ya habían jugado a hacerse el amor enamorados, decirse lo indecible acariciando recuerdos apolillados, y pegado con babas los pedacitos rotos de sus anécdotas más desternillantes.

Ángela Becerra: De los amores negados

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¿Qué problema tiene la expresión desternillarse de risa? Sobre todo, que el verbo desternillarse prácticamente carece de uso fuera de la expresión que nos ocupa. Por eso, a muchos hablantes les resulta oscuro: no captan la relación entre las ternillas y las carcajadas. La reacción natural consiste en alterarlo. ¿Por qué? Porque, por lo general, no soportamos emplear expresiones a las que no les encontramos sentido. Sí estamos acostumbrados desde la infancia a oír palabras que no comprendemos (e incluso a tragarnos discursos enteros sin entender ni papa). Es algo con lo que hemos aprendido a convivir. En cambio, nos produce un cierto desasosiego emitir expresiones que nos dejan a oscuras.

Por eso, cuando nos topamos con expresiones idiomáticas como desternillarse de risa, les buscamos un sentido por todos los medios. En este empeño, acabamos asimilándolas a lo que tenemos más a mano en nuestro conocimiento de la lengua y del mundo: “¡Ah! Será destornillarse de risa”. Eso ya va estando más claro: se ríe uno tanto que se le desenroscan los tornillos cual robot atacado de convulsiones. Este fenómeno por el que deformamos una palabra o expresión para buscarle un sentido a lo que resultaba oscuro es un viejo conocido de la lingüística. Cuenta incluso con un término propio para identificarlo. Es lo que se conoce como etimología popular y constituye un poderoso mecanismo de cambio lingüístico.

Las Academias de la Lengua no aceptan la variante destornillarse de risa, pero es un uso popular que encontrarás incluso en autores de la talla del vallisoletano Miguel Delibes:

[…] la G con la A hace GA, pero la G con I hace Ji, como la risa, y Paco el Bajo se enojó, que eso ya era por demás, coño, que ellos eran ignorantes pero no tontos y a cuento de qué la E y la I habían de llevar siempre trato de favor y el señorito Lucas, venga de reír, que se destornillaba el hombre de la risa que le daba, una risa espasmódica y nerviosa […]

Miguel Delibes: Los santos inocentes

Por cierto, el fragmento anterior es un ejemplo metalingüístico y por eso viene que ni pintado para el Blog de Lengua. Tengo que confesar que yo me pirro por este tipo de reflexiones.

Ya que estamos, aprovecho para contarte que tornillo es originariamente el diminutivo de torno. Normalmente, no caemos en este detalle porque esa forma ya se ha lexicalizado: se ha convertido en una palabra independiente y por eso se han desdibujado los límites del significado individual de sus componentes (el sustantivo torno y el sufijo -illo). Tampoco solemos caer en que el pasillo es un paso pequeño (o, más bien, estrecho) o que el solomillo es un solomo al que nos referimos con carino. Naturalmente, el solomo es la pieza de carne que está debajo del lomo del animal. So significa ‘debajo’.

A partir de tornillo hemos creado los verbos atornillar, destornillar y desatornillar. El primero se refiere a la acción de introducir un tornillo a base de darle vueltas. Los dos segundos son variantes válidas para la acción contraria. Las preferencias van por países y regiones (incluso, por hablantes individuales). Hay quien da prioridad a destornillar y quien se inclina más bien por desatornillar.

Por lo que respecta al instrumento, hay tres formas aceptadas y aceptables de nombrarlo. Cada una de ellas toma como base uno de los tres verbos anteriores. Podemos decir y escribir tranquilamente destornillador (es lo que siempre se ha estilado en mi casa), desatornillador o atornillador. Nuevamente, las preferencias van por territorios y hablantes.

Y pongo aquí punto final a este desternillante artículo (bueno, quizás no sea para tanto; pero espero que al menos te haya resultado útil).

[Este artículo es mi respuesta a una pregunta de Sandra, alumna del curso Paréntesis, Corchetes y Rayas: Aprende por Fin a Usarlos].